Francisco Giner de los Ríos, fundador en 1876 de la Institución Libre de Enseñanza y padre del paisajismo geográfico moderno en España, escribía a finales del siglo XIX: “¡El día que España esté a la altura de su paisaje!”. Estamos seguros de que, si el término hubiese estado vigente entonces, habría añadido “y de su biodiversidad”. Esta frase no es sino un suspiro para llamar la atención de lo que es un auténtico símbolo de identidad colectiva: la riqueza natural de España, cuyos paisajes y biodiversidad son su representación más valiosa, así como los más sobresalientes y singulares de toda Europa Occidental.
El año 2020 pasará a la historia, además de por la crisis sanitaria, por la inédita determinación del Gobierno español de apostar decididamente a favor de la lucha contra el cambio climático, sin duda consecuencia de décadas de activismo por parte de los movimientos ecologistas. Si bien se puede interpretar como un claro síntoma de que el negacionismo climático ha sido superado, todavía toca enfrentarnos a un negacionismo mucho más arraigado, el que rechaza los límites biogeofísicos del planeta.
En los últimos meses, numerosas voces han explicado que la transición ecológica no debe quedarse en una mera transición de tecnologías fósiles a tecnologías renovables. En primer lugar, porque una simple transición tecnológica no es capaz por sí sola de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y, por lo tanto, de evitar escenarios de no retorno climático. En segundo lugar, porque las tecnologías renovables presentan marcados límites materiales y espaciales, y requieren grandes inversiones de energía para su desarrollo. A modo de ejemplo, conviene considerar que, con los niveles de consumo actual, las renovables solo permitirían satisfacer un 30% de la energía que consumimos. No tener en cuenta estos límites e implantar las renovables a gran escala de manera masiva, sobredimensionada y sin planificación conllevaría, además, una serie de impactos inasumibles para nuestra biodiversidad. Sobre estos riesgos nos advertían recientemente 23 investigadores españoles en una carta publicada en la prestigiosa revista Science.
Tal como explicábamos al inicio, existen motivos éticos y estéticos para apostar por la preservación del paisaje y la biodiversidad, pero también numerosos motivos prácticos. En este sentido es fundamental poner en valor los considerables servicios básicos que nos brindan los ecosistemas para asegurar nuestra supervivencia en unas condiciones dignas. Solo basta recordar lo que numerosos expertos han explicado en los últimos meses sobre la importancia de la biodiversidad como escudo ante pandemias presentes y futuras. Así mismo, debemos tener en cuenta que la pérdida de biodiversidad reduce la resiliencia de los ecosistemas, es decir, la capacidad de adaptarse ante perturbaciones y situaciones adversas.
Con todo ello, si bien la transición energética a fuentes renovables es urgente e ineludible, de nada servirá si no se hace dentro de los límites anteriormente descritos, algo que parece no haber comprendido el Gobierno de España. En los últimos meses se han multiplicado por todo nuestro territorio (Asturias, Galicia, Cantabria, Cordillera Cantábrica, Aragón, Navarra, Burgos, Andalucía, Granada, Guadalajara, Toledo, Ciudad Real, Albacete, Extremadura, Cataluña y Murcia) iniciativas promovidas por numerosos colectivos sociales y ecologistas para denunciar los impactos de las renovables a gran escala, tanto en la biodiversidad y el paisaje, como en las formas de vida del medio rural. Dicho despliegue es consecuencia de un modelo de transición energética dirigido por grandes multinacionales y fondos de inversión, que ven en el modelo centralizado y en los grandes proyectos renovables la mejor forma de maximizar el rendimiento de sus inversiones. Si bien esto permite la sustitución de tecnología fósil por renovable, es incompatible con otros aspectos de igual importancia para asegurar una transición ecológica realmente sostenible y justa. En su lugar, solo se consigue perpetuar un modelo especulativo, injusto y caro para el conjunto de toda la ciudadanía.
Por todos estos motivos nace la Alianza Energía y Territorio (ALIENTE), donde más de 80 entidades a nivel estatal nos hemos unido para reclamar una transición realmente ecológica, justa y democrática, que tenga en cuenta las necesidades presentes de la sociedad sin comprometer las de las generaciones futuras.
Estamos ante un momento decisivo, durante los próximos meses se viene encima un aluvión de proyectos de renovables a gran escala, validados mediante un procedimiento ambiental que ya se ha demostrado insuficiente para prever y evaluar sus impactos sobre la biodiversidad. Por ello, lo primero que hemos decidido desde ALIENTE es hacer público el posicionamiento Por una transición energética a las renovables que garantice la conservación de la biodiversidad que ha contado con el apoyo de 258 investigadoras e investigadores expertos en biodiversidad. Dicho documento incluye 13 medidas para garantizar una transición energética que asegure la conservación de la biodiversidad y el mantenimiento de los servicios ecosistémicos.
Lejos de constituirnos como un movimiento reactivo, desde ALIENTE creemos firmemente que otro modelo de transición energética es posible. En este sentido consideramos que el primer reto de dicha transición, para poder llamarse sostenible, debería consistir en evaluar y cuantificar las necesidades energéticas que pueden ser cubiertas dentro de los límites anteriormente expuestos. Todo planteamiento que obvie estas valoraciones correrá el riesgo de convertirse en un peligroso ejercicio de wishful thinking.
En lugar de empezar la casa por el tejado, antes de proyectar más y más capacidad de generación, es fundamental implantar medidas de ahorro energético efectivas en los puntos de consumo, especialmente en las ciudades, que son actualmente auténticos sumideros energéticos. La integración de estas medidas, junto con prácticas efectivas de gestión de la demanda, conseguiría aligerar significativamente las necesidades de producción energética. Somos conscientes del conflicto que abre este planteamiento dados los intereses del capital privado pero, si Fritz Schumacher nos convenció de que lo pequeño es hermoso, 50 años después, la realidad nos impone que además es imprescindible.
Este sería el punto de partida para implementar un ambicioso plan de autoconsumo y producción a pequeña escala: cubiertas fotovoltaicas, proyectos renovables comunitarios o instalaciones compartidas a escala de barrio. Una de las grandes ventajas de las renovables es su modularidad, que permite el desarrollo instalaciones de pequeña escala con unos buenos niveles de eficiencia. Por ello, frente al modelo centralizado de lo grande, proponemos un verdadero modelo distribuido que acerque los puntos de generación al consumo y reduzca significativamente las pérdidas de transporte aprovechando los recursos locales. Las ciudades tienen la obligación de erigirse como protagonistas en la transición energética o seguirán repartiendo ciega e injustamente impactos sobre el territorio. Por suerte, cada vez son más los estudios que nos hablan del gran potencial del autoconsumo renovable, mostrando la capacidad de cubrir una parte importante de las necesidades energéticas actuales. En este sentido, numerosos países como Australia o Vietnam están implantando ambiciosos planes de autoconsumo.
Llegados a este punto, nos gustaría dejar claro que no rechazamos que pueda existir la necesidad de ciertas centrales renovables a gran escala. Sin embargo, estas no pueden vertebrar la transición energética y solo deben plantearse después de explorar las posibilidades reales de ahorro y autoconsumo con renovables. En cualquier caso, su instalación debe hacerse siempre bajo una planificación real, para lo que resulta crucial establecer áreas de exclusión legalmente vinculantes que protejan las zonas de mayor sensibilidad ambiental. En este sentido, se deben crear mecanismos de evaluación ambiental que cuantifiquen los impactos de una manera global, holística y realmente efectiva e independiente.
Cabe destacar que el modelo renovable centralizado no es casual, no es un accidente: reduce el número de actores, concentra beneficios y socializa las inversiones privadas entre toda la ciudadanía. No es de extrañar que sean los mismos actores que han realizado inmensas fortunas con el negocio de los combustibles fósiles los que ahora enarbolan la bandera de lo verde. De ahí la urgencia de denunciar el irresponsable uso de los fondos de recuperación Next Generation UE para apuntalar una transición energética centralizada sin capacidad real de introducir los cambios que necesitamos.
Desde ALIENTE consideramos que ha llegado el momento de poner la transición ecológica de España a la altura de su paisaje, de su biodiversidad y, sobre todo, de su ciudadanía. A pesar del reto que supone, creemos que semejante cambio de paradigma no solo es posible, sino que es la única manera de hacer frente a la crisis ecosocial que atravesamos.